La Iglesia Católica durante la revolución
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Ignacio Valdespino |
Al Obispo Herculano de
la Mora, de quien hablé en el artículo anterior de esta serie, le tocó iniciar
el restablecimiento de la Iglesia Católica en Sonora al inicio del porfiriato.
Le siguió Ignacio Valdespino y Díaz, consagrado el 9 de octubre de 1902 y que tomó
posesión el 8 de noviembre siguiente, para ser en 1913 trasladado a la diócesis
de Aguascalientes.
Siguió Juan Navarrete,
quien el 24 de enero de 1919 fue preconizado obispo de Sonora. Su consagración ocurrió
el 8 de junio y tomó posesión de la mitra el 13 de julio del mismo año. Así,
Sonora careció de Obispo entre 1913 y 1919, como otra manifestación de la
ausencia eclesial aquí.
Ese es el panorama de las
sucesiones del Obispado de Sonora al iniciar la revolución mexicana que, como
sabemos, se divide en distintos periodos con diferentes características. Así,
está el maderista, una época de tendencia liberal, a la que le seguiría el
cuartelazo de Huerta y el periodo Constitucionalista en la revolución a partir
de 1914. Durante este periodo, el proyecto ideológico revolucionario intentó dirigir
la evolución de los mexicanos hacia la modernidad a través de la enseñanza de
varios principios: la desfanatización religiosa, la urbanización, la limpieza
corporal, la práctica del deporte, evitar el alcohol, etc. Lo extenso de estos temas me limita a asomarme
únicamente a los primeros dos.
Pero además, la
revolución en Sonora no fue agraria como en otras regiones del país sino que aquí
fue más “moderna” que en el centro. Veamos porqué:
En primer lugar, Sonora
fue pionera en México en la incorporación de la población sonorense dentro de
la división mundial del trabajo a través de la producción, minera en el caso
del Norte de Sonora por recién llegados importados principalmente de otras
regiones del país por las compañías mineras; o agrícola en el Sur de la
entidad, donde las etnias nativas, Yaquis o Mayos, desempeñaron un papel preponderante,
primero porque conservaron su identidad, y segundo por su participación en una
revolución que les prometía la preservación de su territorio e identidad.
En segundo lugar, el
desarrollo ferrocarrilero sonorense auxilió en la urbanización sonorense: dio origen
a ciudades como Nogales o resaltó la importancia de Hermosillo. Así, en el caso de
Nogales, frontera, el ferrocarril asistió a que esta hoy ciudad fuera agente de incorporación de la sociedad local dentro de
las recetas de la modernidad con características como el urbanismo, depender de
un sueldo para subsistir, cumplir con horarios, aprender a compartir los
espacios geográficos, etc.
Como consecuencia de
lo anterior, la sociedad sonorense, que en su mayoría estaba formada por recién
llegados a esta región provenientes del resto del país, manifestaba cierto
desarraigo cultural, ya que aquí, en Sonora, la población tenía como meta
suprema, casi única, las aspiraciones de superación económica si seguía esas recetas de la
modernidad.
Así fue cómo se
realizó, durante este periodo revolucionario, la pugna entre la Iglesia
Católica y el Estado Mexicano por el control ideológico social, pugna definida
por el grupo triunfador de la revolución, o sea el de los Sonorenses. Esta pugna llevó a tres periodos de clausura de los templos sonorenses, mientras que el momento más
álgido de las relaciones entre Iglesia y Estado ocurrió durante la Guerra
Cristera que, debemos resaltarlo, no tuvo su máxima expresión en Sonora sino en
la región del Occidente de México, en Jalisco, en Colima, en Michoacán, etc. Sobre estos periodos me extenderé más en artículos posteriores de esta serie.
De esta manera, los
conflictos revolucionarios Iglesia-Estado ocurrieron durante un periodo que se identifica
por manifestar dos elementos de “modernidad” en Sonora: en primer lugar, la tendencia
de los sonorenses hacia la urbanización, además de la mentalidad del Sonorense, característica que ya he citado de aspiración personal. Todo esto se combinó para evitar que
la Iglesia Católica tuviera, aquí, en el noroeste mexicano, el seguimiento social que tuvo en el resto del país.
Así fue cómo, en México y en
Sonora, durante los años que van desde el inicio de la revolución
constitucionalista hasta los de la industrialización, primero del Norte, en la región
fronteriza, y después en el resto del país, se puede peercibir la diferencia entre
una periferia liberal y un centro conservador. Entre una periferia dedicada a formar
una revolución burguesa, dedicada al comercio de bienes o de mano de obra
barata, desideologizada en el sentido tradicional mexicano, frente a un centro
dedicado al campo, conservador ideológicamente, ya sea religiosamente o en la
conservación de sus costumbres ancestrales.
Ese fue el escenario general durante el que se desarrolló el Obispado de Sonora durante el siglo XX y sobre el que me extenderé con mayor detalle en los próximos artículos.
Ese fue el escenario general durante el que se desarrolló el Obispado de Sonora durante el siglo XX y sobre el que me extenderé con mayor detalle en los próximos artículos.
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